Memorias de Carpago

Cada dia sentimos de una manera diferente y se convierte en nuestro centro de gravedad una idea distinta, un pensamiento irrefrenable que hace desaparecer el negro miedo que ayer nos invadio o la exultante alegria y optimismo que nos elevo.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

MI MEMORIA DE GRANADA

            Intentando emular a mis mas admirados blogueros y articulistas de referencia, no conseguía dar forma a un fiel y coherente análisis de lo que para mi ha sido este 2010 que se va, y en hora buena, fue entonces cuando Carpago, distraido, ojeando un periódico atrasado que anunciaba la muerte de Enrique Morente, me pregunto si recordaba nuestros primeros tiempos pasados en Granada, y en ese momento lo decidí; decidí que prefería rememorar aquellos juveniles años en que la vida no me ofreció sino alegría, y en los que además pasaron algunas de las cosas mas importantes de mi vida.
            Eran los años finales de los setenta y un estudiante de medicina llegaba a Granada desde su Madrid natal; Carpago se encontró una ciudad completamente distinta a lo que conocía, una ciudad mucho mas recogida, llena de belleza en cada uno de sus rincones, abierta como lo son todas las invadidas por la vida universitaria, cerrada como todas las que son resultado del cruce de culturas al que se impone una de ellas, pero sobre todo, hermosa hasta el dolor como supieron ver tan diferentes personajes como Boabdil el Grande en el siglo XV o Bill Clinton cinco siglos después, al reconocer ambos, desde el Mirador de San Nicolás, el atardecer mas bello del mundo.
            Carpago descubrió el solo el Albaycin y sus callejas blancas, con sus tabernas y sus aguas y sus plazuelas luminosas, pero sobre todo encontró en el Sacromonte un refugio misterioso donde huir de sus libros, y allí se resguardo de su soledad adquirida con la perdida de Madrid; las cuevas o por mejor decir las zambras, como allí las llamaban en honor al baile inmortalizado por Carmen Amaya, estaban horadadas en el sacro monte y estaban encaladas y en su única salida ardían troncos como única luminaria; dentro, los reyes de la fiesta y el flamenco bebían, y sobre todo recitaban y Carpago con juvenil asombro les aplaudía y les miraba.
      
                                      
                                                    

                El Rey Chico y la Tía Lili, María la Coneja, Cho la del Porras, María la Bizca y Enrique Morente, y por fin El Curro acompañado de su Carmelilla llenaron noches de estudiantes deseosos de olvidar por unas horas el derecho, la economía o la medicina; al alba, cuando las guitarras callaban, junto al fuego, el puchero en cuenco de barro y con pan de Alfacar, gitano y reparador y listos para otro día de agotador.
                Un mal día, las disputas entre algunas de sus familias, lo convirtieron en peligroso y solitario de noche, y de día en imprescindible destino de turistas ávidos de su esencia; Carpago si volvió acompañado de la que después se convirtió en su compañera y frecuentaron el Albaycin, sus plazas y sus tabernas.
                Granada maldita y bendita Granada, allí conocí el Amor paseando por la  Alhambra, pero también perdí allí tres pequeños trozos de mi alma muy llorados.
              
                    
                                              

2 comentarios:

  1. Qué bien escrito y qué bonito nostálgico recuerdo de una época en la que el autor de este Blog ya no volverá a vivirlo, probablemente.

    Felicitaciones por esta delicia de amable y sensible recuerdo a una tierra diferente para los norteños y mesetarios.

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  2. Gracias Amigo mio, ha salido sin querer y del corazon, salvo la documentacion, claro, esta demasiado asociada a mi vida. Un abrazo.

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