Memorias de Carpago

Cada dia sentimos de una manera diferente y se convierte en nuestro centro de gravedad una idea distinta, un pensamiento irrefrenable que hace desaparecer el negro miedo que ayer nos invadio o la exultante alegria y optimismo que nos elevo.

miércoles, 26 de enero de 2011

LA MORAL Y DIGNIDAD DE LA MUERTE

               En los últimos días, tuve la oportunidad de escuchar en la radio, en el informativo Hora 25 de Angels Barcelo, su entrevista con un familiar de un enfermo ya fallecido de Alzheimer, y debo reconocer que sus palabras sentidas y emocionadas movieron algo dentro de mi, y desde entonces son muchos los momentos en los que cuando me dispongo a seguir con estas memorias, cada día, me siento tentado a transmitir esas reflexiones.
               Mi formacion medica y por otro lado mis creencias religiosas, me sitúan en una posición ética y moralmente compleja, y sin embargo mi vida, o quizá mejor las experiencias que en su camino he vivido, me han obligado a entender otras posiciones mas acordes con la dignidad y con la eliminacion de los horribles sufrimientos que puedan ser evitables, los sufrimientos físicos y conscientes o esos otros que sin dejar de ser insoportables podrían técnicamente considerarse como compatibles con la vida, pero no con su dignidad.
                No conozco a nadie, por ejemplo, que no aprobara la ejecución de un asesino en serie, anónimo y cruel ejecutor de mujeres, hombres o niños sin otro objetivo que la diversión; el problema se nos plantea cuando a ese asesino le situamos en unas circunstancias de cuya responsabilidad no es culpable, con una familia que le quiere y que no es responsable en medida alguna de sus acciones, pero que también sufre sus consecuencias, y finalmente dentro de un entorno religioso que simple y escuetamente nos prohibe matar, seas católico o budista e incluso musulmán, en una interpretación del Corán moderada, y nos lo prohibe sin acotar excepciones ni excluir circunstancias, solo nos ordena no matar, con rango de Mandamiento y sin que por tanto sea de aplicacion ningún escrito bíblico de menor rango e interpretación dudosa; si a todo esto le sumamos el probado hecho de que ninguna justicia humana es perfecta, abrimos además la posibilidad de estar matando a un inocente; pues todo lo dicho me ratifica en la complejidad de la decisión de asistir la muerte voluntaria de alguien que ha decidido morir.
                 Se, por experiencia, que hay un momento en la vida de las personas que atraviesan una enfermedad mortal en el que pasan una frontera que no es clínica, ni moral o religiosa, ni siquiera fruto de su debilidad y dolor, en el que hacen consciente su estado, sea este conocido por ellos o no, y deciden abandonarse, serena y libremente, a un final de su contacto con el entorno que les rodea, como si no quisieran saber ya nada mas, ni querer a nadie o que nadie les manifieste sentimiento alguno mas allá de gestos, ni sentir nada, la gente habla y se expresa en su cercanía sin que abandonen por razón alguna su muerte en vida no certificada, esa situación no les favorece en nada, ni les afecta, solo les rodea para alivio nuestro al posponer el dolor inevitable.
                 Si en aras de la dignidad humana entendiéramos que esa decisión libérrima e inapelable de nuestros enfermos terminales, y a la que todos hemos asistido dolorosamente en alguna ocasión, puede ser tomada por cualquiera en unas circunstancias menos comprensibles clínicamente, pero igual de insoportables en función de nuestros respectivos modelos de vida, no nos quedaría mas remedio que abandonar nuestra rocosa resistencia a entender la Vida como ejercicio libre y voluntario, desde nuestro nacimiento, regalada por Dios, seguramente, pero ejercido desde nuestro libre y exclusivo albedrío, y lo contrario es egoísta y también inmoral.

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