Memorias de Carpago

Cada dia sentimos de una manera diferente y se convierte en nuestro centro de gravedad una idea distinta, un pensamiento irrefrenable que hace desaparecer el negro miedo que ayer nos invadio o la exultante alegria y optimismo que nos elevo.

lunes, 24 de enero de 2011

EL ESTRENO DE CARPAGO

             El primer día es una de las circunstancias que mejor recuerdo de mi vida profesional, unas veces con alegría y cierto entusiasmo, otras con la tristeza y frustacion lógica para alguien que inicio su andadura en una carrera en la que el objetivo nada tiene que ver con lo material, o al menos así debería ser, sino con la consecución de aquellas cumbres técnicas y clínicas que te permitieran una aportación real al avance de la ciencia, a una mejor y mas larga calidad de vida.
             Era un jueves el día en que me dirigí al Hospital Clínico de Granada, sobre las nueve de la noche, para recibir el testigo en la que iba a ser mi primera guardia en su Servicio de Urgencia Externa, me había tocado un adjunto, cuyo nombre no recuerdo, creo, de esos otros para los que esa bendita profesión no es sino un medio de vida sin mas trascendía, ni exigencia ética, solo una forma, como cualquiera, de consolidar un núcleo de ingresos seguros cada mes; dos horas antes de acabar cada guardia miraba su valioso reloj insistentemente, descontando el tiempo que le restaba de aburrido servicio; ni que decir tiene que a pesar de ser un mas que cualificado especialista, su falta de interés y motivacion le impulsaban a tratar cada caso como cualquier mal administrativo despacha una tediosa gestión burocrática, es decir, casi todos tenían como final un sinfín de volantes para diferentes consultas donde realmente solucionarían el problema.
             Mis guardias con el tenían una doble expectativa, por un lado la preocupación lógica para un joven interno de no cometer errores que resultaran fatales dada la falta de supervision, y de otro lado la posibilidad de poner a prueba todo el bagaje de conocimiento acumulado durante la Carrera y las practicas, y desde esa doble perspectiva afronte, mas que nunca, mi primera guardia remunerada.
             Aquellas veinticuatro horas no depararon nada especial mas allá de la trascendente rutina de un servicio de urgencias, accidentes de trafico, cólicos nefríticos, algún infarto y muchas amigdalitis infantiles, ya entrada la noche un intento de suicidio inolvidable por la juventud de su nada convencida protagonista, y muchas intoxicaciones etilicas propias de aquella ciudad llena de estudiantes.
             Pero sobre todo recuerdo la salida, tras la guardia, con un ATS y dos celadores, y lo ricos que me supieron los churros y el café con leche esa mañana de viernes en la que sentí que la vida se abría ante mi con todo su abanico de posibilidades; el tiempo y los a veces trágicos efectos de las políticas equivocadas me fueron alejando cruelmente de mi vocación y de su ejercicio, hasta que el pragmatismo forzó una decisión que todavía hoy lamento como el mayor error de mi vida, a pesar de que no me han faltado nunca después motivos de satisfacción por trabajos bien hechos, pero sin que mi corazón haya dejado de seguir marcado por aquellos días.

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